lunes, 30 de abril de 2012

Corredores.



Corredores.
Los seres humanos somos corredores excepcionalmente buenos. Somos muy buenos velocistas; las personas bien entrenadas llegan a correr a 10 m s-1(36 km h-1), velocidad que está entre las más altas de las que se alcanzan en el reino animal. Pero no es la velocidad la característica más sobresaliente de la carrera en los seres humanos, sino la resistencia.

Habrá quien piense que los perros, los perros de trineo, por ejemplo, son más resistentes que las
personas. Los perros de un cierto porte cambian del trote al galope a la velocidad de 3,8 m s-1; y al galope pueden correr a una velocidad relativamente alta: 7,8 m s-1. El problema para los perros es que a esa velocidad no aguantarían corriendo más allá de un cuarto de hora, aproximadamente, porque aunque su musculatura es resistente a la fatiga (compuesta por fibras no fatigables), su sistema de refrigeración, -basado en el jadeo-, no es capaz de eliminar el calor que produce el metabolismo a esa velocidad. Por esa razón los perros de trineo pueden recorrer largas distancias corriendo y arrastrando un trineo.

Otros pensarán que los caballos son los mamíferos mejor dotados para la carrera continua. Al galope un caballo se desplaza a una velocidad aproximada de 8,9 m s-1, más alta que la del perro, pero como le ocurre a aquél, tampoco puede correr a esa velocidad durante mucho tiempo. El caballo tampoco es capaz de disipar el calor producido por la actividad muscular si mantiene una velocidad tan alta como esa tras más de quince minutos de carrera. De hecho, la velocidad más alta que puede mantener un caballo corriendo durante largos periodos de tiempo es de 5,8 m s-1.

Las personas tienen una velocidad óptima (máxima distancia recorrida por unidad de gasto energético) de carrera de 3,7 m s-1 (hombres) y 2,9 m s-1 (mujeres), pero pueden correr con facilidad a velocidades superiores a 4 m s-1. Y las personas entrenadas para correr largas distancias pueden mantener una velocidad de 6,5 m s-1durante tiempos muy prolongados; esa velocidad es significativamente superior a la que pueden mantener los caballos o los perros de manera sostenida. Así pues, no hay mamíferos que lo hagan mejor que los seres humanos si de lo que se trata es de correr durante periodos largos de tiempo.

La configuración anatómica del organismo humano es adecuada para correr. El bipedismo no supone una limitación importante, y el sentido del equilibrio se encuentra extraordinariamente bien desarrollado para que el desplazamiento sobre dos extremidades no conlleve especiales dificultades. Pero la clave de la superioridad humana en este aspecto no radica en los factores anatómicos, sino en un factor de índole fisiológica: la refrigeración. Los seres humanos contamos con el dispositivo más potente que quepa concebir para refrigerar un cuerpo acalorado por la carrera continua a velocidades intermedias o altas. Ese mecanismo es la evapotranspiración.

Cuando se trata de refrigerar un cuerpo, el mecanismo más efectivo consiste en evaporar un líquido en su superficie. La mayoría de los mamíferos y las aves utilizan las vías respiratorias superiores con ese propósito. Los conductos nasales y la lengua de perros y caballos son eficaces disipadores de calor gracias a la evaporación de agua en sus superficies. Son muy eficaces, pero también limitados. Nosotros, en cambio, utilizamos el sudor, una secreción acuosa muy ligera producida por glándulas ecrinas de la piel. La mayoría de los mamíferos producen un sudor diferente, más sebáceo, producido por glándulas apocrinas, pero con un poder refrigerante inferior, y además, salvo los grandes mamíferos africanos y los marinos, tienen un grueso pelaje que dificulta notablemente la pérdida de calor corporal mediante ese mecanismo.

El cuerpo humano cuenta con una cantidad de entre 2 y 5 millones de glándulas sudoríparas (entre 50 y 300 glándulas por cm2). En circunstancias normales produce entre 0,3 y 0,5 litros de sudor al día, pero esa producción puede elevarse hasta volúmenes de entre 6 y 15 litros diarios si las necesidades de regular la temperatura corporal se intensifican. La producción de sudor y su posterior evaporación sobre la piel provocan una pérdida de calor corporal que puede llegar a equivaler a diez veces el consumo energético diario.

Como antes he señalado, si la piel estuviese cubierta por un pelaje similar al del resto de primates u otros mamíferos, la evaporación se produciría, en gran medida, en el pelo, y el efecto refrigerante sobre el organismo se vería muy seriamente reducido. Muy probablemente esa ha sido la razón por la que hace casi dos millones de años los homininos de nuestra estirpe perdieron el pelaje corporal y se convirtieron en monos desnudos.

La capacidad para correr largas distancias sin que el exceso de calor supusiese una limitación decisiva constituyó muy probablemente una adaptación valiosísima para la vida en la sabana. Gracias a ella pudieron nuestros antepasados ponerse a salvo de los depredadores con más facilidad, así como dar alcance a presas, -ungulados principalmente-, que les proporcionaban jugosos réditos calóricos y nutricionales.

Los recursos así obtenidos tuvieron una importancia capital como fuente de nutrientes con los que elaborar y mantener el órgano que de manera más genuina nos caracteriza, el encéfalo. Por esa razón puede afirmarse que la sudoración, como mecanismo de termorregulación, es una capacidad genuinamente humana, sin duda una de las más humanas.

Referencias:
Nina G. Jablonski (2010): “Origen de la piel desnuda” Investigación y Ciencia, abril 2010: 22-29
Daniel E. Lieberman y Dennos M.Bramble (2007): “The evolution of marathon running. Capabilities in Humans” Sports Medicine 37 (4-5): 288-290

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