David Rudisha. |
elegante y fluido le ha valido ser reconocido con el mismo apodo que utilizó la compañía de aviación nacional, Kenian Airways hace unos años: “El orgullo de Africa”. Responde plenamente a su escultural estampa.
Hijo de Daniel Rudisha, medallista de plata en los
Juegos Olímpicos de México 1968 en 4x400 metros, el joven David mamó en las
fuentes de este deporte desde su más tierna infancia: “Cuando mi padre me
mostró su medalla olímpica, sentí un orgullo íntimo indescriptible. Ese día me
di cuenta de que yo también podía correr¿ Mi padre me ayudó en todo y me animó.
Por eso, cuando regresé a casa con la medalla de oro que gané en el Campeonato
del Mundo júnior disputado en Pekín en 2006, sentí un grado de emoción muy
especial. Ese día empezaba mi sueño. Y aún sigue...”.
Rudisha comenzó a correr en serio en 2004 aunque su
carrera tomó la dirección adecuada un año más tarde, cuando se topó con el
veterano entrenador Colm O¿Connell, un hermano irlandés (que no sacerdote)
responsable de Sant Patrick¿s School, en Item. Pudo avanzar en su educación
secundaria y, aconsejado por el hermano Colm, abandonar el 400 y el decatlón y
centrarse exclusivamente en los 800 metros, prueba que lo consagraría.
Sus batallas con el sudanés Abubaker Kaki, otro
prodigio de la distancia, han concluido en carreras inolvidables, llenas de
épica y de historia. Un error táctico le condenó en las semifinales del Mundial
de Berlín 2009. “El tiene la capacidad de ganar pero dependerá de su cabeza. Se
ha de sentir cómodo en la pista y aunque fisicamente está preparado para todo”,
predijo el hermano Colm. Se equivocó. Lo encajonaron y no pasó a la final. El
22 de agosto de 2010, Rudisha acabó con la tiranía que impuso en esta prueba el
danés de origen keniano Wilson Kipketer al correr en 1:41.09 trece años antes
(1997). Una semana después, en Rieti, el larguirucho atleta de 21 años aún fue
capaz de correr más rápido (1:41.01). El mundo se rindió definitivamente a este
corredor de acero.
Rudisha se casó con su novia de toda la vida, Lizzy
Naanyu, en una ceremonia de carácter privado a finales de 2010. El 31 de enero
de ese mismo año fue padre de su hija, Charlene. Lizzy, su esposa, pudo acabar
sus estudios en la universidad de Moi, en Eldoret y la pareja vive en las
afueras de la ciudad, cuando no se encuentra en Item o dando vueltas por el
mundo. “Mi familia lo es todo para mí. Mi hija me ha permitido serenarme y
tener más claros mis objetivos cuando compito”, explica orgulloso.
En el Mundial de 2010, consiguió evitar el fatal
destino de un amplio elenco de primeras figuras (Yelena Isinbayeva, Dayron
Robles, Usain Bolt (eliminado por una salida falsa en la final de los 100
metros)...¿y se proclamó campeón con un aceptable (para él) crono de 1:43.91.
“Fue más duro de lo previsto porque casi pierdo la zapatilla de clavos pero,
gracias a Dios, pude seguir. Estaba muy tenso porque todo el mundo esperaba que
yo ganase. Finalmente, lo conseguí”.
Admite que el atleta que más le ha influído es Billy
Konchellah. Las similitudes entre ambos son sorprendentes. Ama el atletismo y
quiere ganar la medalla de oro en los Juegos de Londres porque no pudo
participar en los de Pekín por culpa de una lesión. “Sé que mi monento llegará
algún día, porque aún soy joven. El deporte, a veces, conlleva decepciones y lo
importante es saber encajarlas y recuperarse”, dice. En su opinión: “el atleta
y el entrenador tienen que hablar el mismo idioma. Yo tuve la suerte de
encontrarme con el hermano Colm que supo guiar mis pasos”.
Una de sus ilusiones “es correr los 400 y 800 metros
en los Juegos de Río de Janeiro 2016. Es pronto para saber si podré hacerlo y
asumo que comporta un riesgo”. Fuera de la competición, no le gusta viajar y
menos, fuera de Kenia: “Me siento bien en mi país. Si acaso visitamos Bogoria
Park y su lago. Mi hija aún es pequeña...”.
Se ha erigido en uno de los más firmes defensores de
los leones: “la vida animal es muy importante para mi país, y los leones son un
símbolo. No hay que matarlos. Es una responsabilidad de todos. Los masai viven
en armonia con la naturaleza y hay que aprender de ellos”. Insiste en que “no
hay que olvidar la tradición ni nuestra cultura. Miro como corren los guepardos
y aprendo de ellos”. Los masai le conocen como `Joven Guerrero. Muchos jovenes
vienen a visitarle a St. Patrick School: “Me gusta que lo hagan. Recuerdo que yo también fui niño”.
Fuente: Sport.es
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