viernes, 20 de julio de 2012

El hombre que puso negro a Hitler (Vídeo)



James Cleveland  Owens.
La vida de James Cleveland Owens, 'Jesse' desde que un profesor le preguntó su nombre y éste contestó J. C., pasó a la historia por las gestas que protagonizó en un par de años. La segunda (cronológicamente), la más conocida, todo simbolismo, en 1936, fue la conquista de cuatro medallas de oro ante los ojos furiosos de Adolf Hitler en Berlín, en los que debían ser los Juegos de la demostración de la superioridad de la raza aria. Pero un año antes, en 1935, está el día que más gusta a los expertos en atletismo: el 'día de los días', aquel fantástico 25 de mayo de 1935 en el que, en el breve espacio de 45 minutos, entre las tres y cuarto y las cuatro de la tarde, batió tres
récords del mundo e igualó otro más.

Owens, hijo de un granjero, nieto de un esclavo, fue el séptimo de once hermanos y comenzó sus días recogiendo algodón en Alabama. A los nueve años su familia se mudó a Cleveland. Y a los 13, corrió su primera carrera. Jesse Owens trabajaba como ayudante de zapatero cuando salía de la escuela, así que se entrenaba antes de las clases. Con 20 años ya igualó el récord mundial de los 100 metros (10.4). Las universidades se lo rifaban. Optó por la de Ohio, que le ofrecía trabajo para él y su padre. En 1935, durante la Big Ten Conference, dejó para siempre una de las actuaciones más increíbles de la historia del atletismo, sus cuatro récords mundiales en 45 minutos. Comenzó igualando el de las 100 yardas y acabó con el las 200 yardas con vallas. En medio, el de longitud (8,13 en su único salto) y el de las 220 yardas.

Pero la historia le tenía reservado un hueco 15 meses después. Hitler había preparado unos Juegos grandilocuentes para ensalzar sus ideas, para pregonar la superioridad aria. Un estadio olímpico para 110.000 personas, una piscina para 20.000, ruido y fanfarria alrededor de una esvástica. Pero no contaba con que uno de los 10 atletas negros del equipo estadounidense se convertiría en la estrella indiscutible en el corazón de Alemania. Los 110.000 espectadores aclamaron a Jesse Owens, el prodigioso atleta afroamericano que ganó la medalla de oro en cuatro pruebas. Como Alvin Kraenzlein. Una menos que Paavo Nurmi. Hitler le negó el saludo. Pero Owens estaba acostumbrado a la indiferencia por el color de su piel. «Al regresar a mi país no pude viajar en la parte delantera del autobús. No podía vivir donde quería. No fui invitado a estrechar la mano de Hitler, pero tampoco fui invitado a la Casa Blanca. ¿Cuál es la diferencia?».

Owens se ganó el afecto de los alemanes en 10 carreras (cuatro de 100, cuatro de 200 y dos de 4x100) y dos concursos de salto de longitud. El 3 de agosto de 1936 ganó la final del hectómetro (10.3 ventosos). Ese día, durante la calificación de la longitud, quizá por la presión que recibieron los jueces de las altas instancias nazis, el norteamericano llevaba dos saltos nulos y sólo le quedaba un intento. En ese momento, Luz Long, paradigma de la raza aria -blanco, alto, rubio, ojos azules- se acercó al atleta negro en apuros y le aconsejó que en el tercer intento no arriesgara y que batiera antes de llegar a la tabla. Así entró en la final en la que, al día siguiente, batió, con un salto de 8,06, récord olímpico, a Long, quien fue segundo con 7,87 y no dudó en saludarle a la vista del Führer. «Se podrían fundir todas las medallas que gané y no valdrían nada frente a la amistad de 24 quilates que hice con Long», recordaría años después, en su biografía, Jesse Owens.

El tercer título olímpico llegó el día 5 en los 200 metros (20.7) y el día 9, el cuarto, en el relevo de 4x100 que dominó Estados Unidos (39.8). Owens, que corrió con las zapatillas de clavos que le regalaron los hermanos Dassler -después uno fundaría Puma y el otro, Adidas-, fue ovacionado en un estadio olímpico repleto. Por las calles de Berlín, además, era saludado entre vítores por alemanes rendidos a su superioridad. Mucho menos entusiasmo encontró en Estados Unidos. Franklin Delano Roosevelt evitó la felicitación en público y Owens no encontró mejor trabajo que como bedel. El tetracampeón olímpico tuvo que buscarse la vida más como showman que como atleta, con carreras contra caballos o coches. Pero nadie pudo olvidar su actuación en Berlín. Jesse Owens fue la estrella de unos Juegos que, fruto de su magnificencia, convirtieron esta celebración deportiva en algo grandioso. Pero también hubo quien pensó, como Willy Daume, presidente del comité olímpico de la República Federal Alemana, que sin aquellos Juegos en los que Hitler fue humillado por Owens no hubiera llegado la II Guerra Mundial. El nieto del esclavo de Alabama murió a los 66 años por culpa de su adicción al tabaco.

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