Por Amanda Livoti
Corredores con Ernesto. |
Una cosa es salir a correr en un aguacero, y otra
cosa es correr en medio de una tormenta tropical casi como el huracán Ernesto, cuyo acercamiento ya había comenzado a
hacerse sentir desde las diez de la mañana. A esa hora andaba con mi hijo,
Victor buscando cambiar la batería del carro cuando comenzaron las primeras
advertencias: intermitentes torrentes de lluvias acompañados de intensas
ráfagas de viento, y objetos volando por los aires.
“No puede ser que corran hoy.” le dije a mi hijo.
“Sería demasiado temerario,” dije mientras
miraba un ramo pasar por el frente
del carro, pero secretamente sentía cierta punzada de desilusión. Ya tenía todo el día planeado, con la
finalidad de estar lo más preparada posible para una carrera a la cual no
estaba preparada: ya había comido mi desayuno pre-carrera, ya tenía mi ropa
de correr y, por supuesto, ya tenía planeado mi clásico almuerzo de pastas.
Realmente lo hice a propósito, al principio de la
semana decidí que no iba a participar. No quería sentir la presión. La última vez que corrí un 10K (que fue mi
primera vez) digamos que no me fue de lo mas bien. Hacia taaaanto calor ese día,
y mi tiempo fue muy malo hasta para mí: 1:35. Aunque había sí había estado
ejercitando y corriendo, yo no había hecho un verdadero training para este 10K.
Aún así, todos los días sentía que corría con un poco mas de fuerza, un poco
mas de resistencia. Sí, definitivamente sentía que estaba mejorando.
“Puedo mantenerme corriendo por una hora y pico si me manejo bien”... me
comencé a decir a medida que avanzaba la semana. “Lo que no puedo hacer es comenzar a preocuparme por el tiempo ni nada
de eso... ¿qué importa después de todo? Jamás voy a competir... tengo 56 años,
y sólo tengo nueve meses corriendo!!”... Si, lo único que tenía que hacer era
cogerlo suave, sin presión, sin presión, sin presión…
Ya para el viernes me había convencido! Así que fui
con Víctor a inscribirme donde Kathy y Cristina. Éste siempre es un momento de
gran agrado para mi, verme entre las verdugas y los verdugos que vienen a
inscribirse también. Me hace sentir atlética!!
Sentirme atleta es precisamente lo que me motiva en todo esto, no es rebajar, ni verme bien en traje de baño, es sentirme “olímpica”, corriendo
disciplinadamente, haciendo ejercicios complementarios, mantenerme hidratada y tener
una lista de supermercado digna de un Félix Sánchez cualquiera. “Jugar a ser atleta”,
es como yo le llamo. Es como cuando uno era pequeño y jugaba al vaquero, o al
policía, o al doctor. Así vivo mi vida, con un propósito fijo aunque sea
fantasioso, o un juego de niño como lo diría otros.
Fue por esto que, aunque hacía sólo 24 horas, decidí
participar; pero Ernesto estaba dañando mi bien avanzado enfoque. Entonces vi
una ráfaga de periódicos cruzar la calle y me sentí segura que iban a cancelar
la carrera. Llegué a la casa chequee el FB y mi email, y allí encontré un mensaje de Los Maratonistas Los Cocuyos del Mirador
diciendo que la carrera iba y que “La lluvia probablemente nos bendecirá a todos”.
“¿Probablemente?”, “¿Bendecirá?” Bueno, sería que
cuando escribieron eso no habían visto bien... o tal vez, dejando que mi
imaginación y mi ignorancia meteorológica me convencieran, ya Ernesto andaba
por Haití. De todos modos me como la pasta, aunque fuera un poco menos, y
me mantuve en un especie de alerta limbo hasta que dieron las tres de la
tarde. Tenía que tomar la decisión. No había vuelto a caer como por
la mañana. Seguro que ya pasó.
Coordino con mi hijo Víctor y su novia, Myvell (mi
fan club oficial) para encontrarnos allá. Pongo en movimiento la cuenta
regresiva, que consistía básicamente en empacar mis féferes y un solo
mandato: “No pienses en la carrera”.
Resultó fácil de cumplir con esta ordenanza al
emprender el viaje hacia el Mirador, ya que me distrajo el tener que manejar
entre una tempestad que no me dejaba ver, todo el tiempo con los pensamientos
rebotando que nadie iba a estar allí y cruzando los dedos que para cuando
llegara allí, haya acampado.
No había acampado, pero estaba aliviada cuando por
fin, luego de vadear unos arroyos nuevos, llegué al kilometro 0 del Mirador.
Allí estaban todos los participantes, algunos acurrucados debajo de las carpas,
o paraguas, o simplemente calentando entre el rocío que caía
suavemente. Aunque el día estaba mojado, los ánimos no, aún con las
amenazantes nubes negras que se vislumbraban por el este. Así mismo
encontré Víctor y Myvell acurrucados (como si necesitaran excusas) debajo de su
paraguas esperándome.
El agua desistió a tiempo para comenzar la carrera
en punto a la hora señalada. “Seguro que ya pasó y tendré el placer de
correr con el frescor”, pensé optimistamente ignorando el hecho que el cielo
seguía ennegreciendo. Llegó el
momento de concentrarse en el reto por delante. Estaba decidida a no dejarme
impresionar por el hecho de que todo el mundo, no solo me pasaron de una vez sino que ya casi no los veía
delante mío. “No importa” me
dije. “No estás aquí para ganarle a nadie. Concéntrate en llevar un paso
manejable.”
Sin embargo no deja de ser algo bochornoso, cuando,
laborando por el kilómetros tres, uno se encuentra con los élites, incluyendo
el señor de la silla de ruedas, ya viniendo de vuelta! Aquí se impone un poco
la realidad de lo que significa “ser atleta”.
Pero yo estaba entre los últimos,
pero no estaba sola. Todos nos servíamos no sólo de consuelo, sino de aliento
para seguir adelante. Y en lo que respecta a mí, en 35 minutos según chip (era poco tiempo
según yo) ya había pasado la marca de los cinco kilómetros y venía de vuelta.
Además, estaba llena de energía todavía, sintiendo verdaderamente bien.
Pero nosotros de la retaguardia no estábamos solos,
Ernesto llegó junto con nosotros al kilómetro cinco, y fue en esta la segunda
mitad que él, igual que yo, se soltó con fuerza. Justo cuando dimos la vuelta
el cielo se cerró y comenzó a caer con gusto, como un para de relámpagos para
buen sabor. Qué bueno se sentía, yo no
estaba cansada, ni me daba cuenta si estaba sudando o no, y claro, no me dio
nada de sed, porque Ernesto se encargó de que tuviera agua de beber hasta el último
tramo de la carrera.
Corrimos a través de intensas ráfagas de aguas,
chapuscamos por los charcos que se formaron, nos asustamos con los truenos y
nos reímos todos de la diversión, y tuve la confianza de que nos estábamos
creando un buen recuerdo para toda la vida.
Pronto, (o por lo menos a mi me parecía pronto)
veía que la meta final se vislumbraba en la distancia. 500 metros decía la
marca en la calle, y me sentía llenar de un orgullo y contentura muy especial,
como nunca había sentido antes. Lo hice! Los diez! Y me siento bien! “¿Cuál es
el tiempo que dice?”, me decía. No lograba ver el letrero entre tanta agua,
pero si podía discernir a Victor y Myvell, aun debajo de su paraguas, esperándome
en la meta. Cuanta alegría sentí al verlos allí animándome hacia adelante.
Ahora sí podía ver el marca tiempo, “¿Puede ser?, ¿Será cierto? ¡Pues sí! ¡Una
hora quince!! ¡Vaya qué verduga soy!”
Sí señor, este fue un día para recordar siempre: el día que corrimos un
10K con Ernesto.
me encanto!
ResponderEliminarQue chula esta anecdota!!!
ResponderEliminarSin desperdicio! Excelente historia para recordar la carrera!
ResponderEliminarQue lindo recuerdo, gracias por compartirlo, :).
ResponderEliminarExcelente, me hubiera gustado participar...
ResponderEliminarMuy bien escrito............ sigue escribiendo
ResponderEliminarMuy buena narrativa corredora...me encantò, si como escribes corres, no dejes de hacerlo. Felicidades!!
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