miércoles, 8 de agosto de 2012

Los 10k con Ernesto


Por Amanda Livoti

Corredores con Ernesto.
Una cosa es salir a correr en un aguacero, y otra cosa es correr en medio de una tormenta tropical casi como el huracán Ernesto,  cuyo acercamiento ya  había comenzado a hacerse sentir desde las diez de la mañana. A esa hora andaba con mi hijo, Victor buscando cambiar la batería del carro cuando comenzaron las primeras advertencias: intermitentes torrentes de lluvias acompañados de intensas ráfagas de viento, y objetos volando por los aires. 

“No puede ser que corran hoy.” le dije a mi hijo. “Sería demasiado temerario,” dije mientras
miraba un ramo pasar por el frente del carro, pero secretamente sentía cierta punzada de desilusión. Ya tenía todo el día planeado, con la finalidad de estar lo más preparada posible para una carrera a la cual no estaba preparada: ya había comido mi desayuno pre-carrera, ya tenía mi ropa de correr y, por supuesto, ya tenía planeado mi clásico almuerzo de pastas.

Realmente lo hice a propósito, al principio de la semana decidí que no iba a participar. No quería sentir la presión. La última vez que corrí un 10K (que fue mi primera vez) digamos que no me fue de lo mas bien. Hacia taaaanto calor ese día, y mi tiempo fue muy malo hasta para mí: 1:35. Aunque había sí había estado ejercitando y corriendo, yo no había hecho un verdadero training para este 10K. Aún así, todos los días sentía que corría con un poco mas de fuerza, un poco mas de resistencia. Sí, definitivamente sentía que estaba mejorando.

“Puedo mantenerme corriendo por una hora y pico si me manejo bien”... me comencé a decir a medida que avanzaba la semana. “Lo que no puedo hacer es comenzar a preocuparme por el tiempo ni nada de eso... ¿qué importa después de todo? Jamás voy a competir... tengo 56 años, y sólo tengo nueve meses corriendo!!”... Si, lo único que tenía que hacer era cogerlo suave, sin presión, sin presión, sin presión… 

Ya para el viernes me había convencido! Así que fui con Víctor a inscribirme donde Kathy y Cristina. Éste siempre es un momento de gran agrado para mi, verme entre las verdugas y los verdugos que vienen a inscribirse también. Me hace sentir atlética!!

Sentirme atleta es precisamente lo que me motiva en todo esto, no es rebajar, ni verme bien en traje de baño, es sentirme “olímpica”, corriendo disciplinadamente, haciendo ejercicios complementarios, mantenerme hidratada y tener una lista de supermercado digna de un Félix Sánchez cualquiera. “Jugar a ser atleta”, es como yo le llamo. Es como cuando uno era pequeño y jugaba al vaquero, o al policía, o al doctor. Así vivo mi vida, con un propósito fijo aunque sea fantasioso, o un juego de niño como lo diría otros.  

Fue por esto que, aunque hacía sólo 24 horas, decidí participar; pero Ernesto estaba dañando mi bien avanzado enfoque. Entonces vi una ráfaga de periódicos cruzar la calle y me sentí segura que iban a cancelar la carrera. Llegué a la casa chequee el FB y mi email, y allí encontré un mensaje de Los Maratonistas Los Cocuyos del Mirador diciendo que la carrera iba y que “La lluvia probablemente nos bendecirá a todos”.

“¿Probablemente?”, “¿Bendecirá?” Bueno, sería que cuando escribieron eso no habían visto bien... o tal vez, dejando que mi imaginación y mi ignorancia meteorológica me convencieran, ya Ernesto andaba por Haití. De todos modos me como la pasta, aunque fuera un poco menos, y me mantuve en un especie de alerta limbo hasta que dieron las tres de la tarde. Tenía que tomar la decisión. No había vuelto a caer como por la mañana. Seguro que ya pasó.


Coordino con mi hijo Víctor y su novia, Myvell (mi fan club oficial) para encontrarnos allá. Pongo en movimiento la cuenta regresiva, que consistía básicamente en empacar mis féferes y  un solo mandato: “No pienses en la carrera”. 
Resultó fácil de cumplir con esta ordenanza al emprender el viaje hacia el Mirador, ya que me distrajo el tener que manejar entre una tempestad que no me dejaba ver, todo el tiempo con los pensamientos rebotando que nadie iba a estar allí y cruzando los dedos que para cuando llegara allí, haya acampado. 

No había acampado, pero estaba aliviada cuando por fin, luego de vadear unos arroyos nuevos, llegué al kilometro 0 del Mirador. Allí estaban todos los participantes, algunos acurrucados debajo de las carpas, o paraguas, o simplemente calentando entre el rocío que caía suavemente. Aunque el día estaba mojado, los ánimos no, aún con las amenazantes nubes negras que se vislumbraban por el este. Así mismo encontré Víctor y Myvell acurrucados (como si necesitaran excusas) debajo de su paraguas esperándome. 

El agua desistió a tiempo para comenzar la carrera en punto a la hora señalada. “Seguro que ya pasó y tendré el placer de correr con el frescor”, pensé optimistamente ignorando el hecho que el cielo seguía ennegreciendo. Llegó el momento de concentrarse en el reto por delante. Estaba decidida a no dejarme impresionar por el hecho de que todo el mundo, no solo me pasaron  de una vez sino que ya casi no los veía delante mío. “No importa” me dije. “No estás aquí para ganarle a nadie. Concéntrate en llevar un paso manejable.”

Sin embargo no deja de ser algo bochornoso, cuando, laborando por el kilómetros tres, uno se encuentra con los élites, incluyendo el señor de la silla de ruedas, ya viniendo de vuelta! Aquí se impone un poco la realidad de lo que significa “ser atleta”. 

Pero yo estaba entre los últimos, pero no estaba sola. Todos nos servíamos no sólo de consuelo, sino de aliento para seguir adelante. Y en lo que respecta a mí,  en 35 minutos según chip (era poco tiempo según yo) ya había pasado la marca de los cinco kilómetros y venía de vuelta. Además, estaba llena de energía todavía, sintiendo verdaderamente bien.

Pero nosotros de la retaguardia no estábamos solos, Ernesto llegó junto con nosotros al kilómetro cinco, y fue en esta la segunda mitad que él, igual que yo, se soltó con fuerza. Justo cuando dimos la vuelta el cielo se cerró y comenzó a caer con gusto, como un para de relámpagos para buen sabor. Qué bueno se sentía, yo no estaba cansada, ni me daba cuenta si estaba sudando o no, y claro, no me dio nada de sed, porque Ernesto se encargó de que tuviera agua de beber hasta el último tramo de la carrera.

Corrimos a través de intensas ráfagas de aguas, chapuscamos por los charcos que se formaron, nos asustamos con los truenos y nos reímos todos de la diversión, y tuve la confianza de que nos estábamos creando un buen recuerdo para toda la vida. 

Pronto, (o por lo menos a mi me parecía pronto) veía que la meta final se vislumbraba en la distancia. 500 metros decía la marca en la calle, y me sentía llenar de un orgullo y contentura muy especial, como nunca había sentido antes. Lo hice! Los diez! Y me siento bien! “¿Cuál es el tiempo que dice?”, me decía. No lograba ver el letrero entre tanta agua, pero si podía discernir a Victor y Myvell, aun debajo de su paraguas, esperándome en la meta. Cuanta alegría sentí al verlos allí animándome hacia adelante. Ahora sí podía ver el marca tiempo, “¿Puede ser?, ¿Será cierto? ¡Pues sí! ¡Una hora quince!! ¡Vaya qué verduga soy!” 

Sí señor, este fue un día para recordar siempre: el día que corrimos un 10K con Ernesto. 

7 comentarios:

  1. Sin desperdicio! Excelente historia para recordar la carrera!

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  2. Que lindo recuerdo, gracias por compartirlo, :).

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  3. Excelente, me hubiera gustado participar...

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  4. Muy bien escrito............ sigue escribiendo

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  5. Muy buena narrativa corredora...me encantò, si como escribes corres, no dejes de hacerlo. Felicidades!!

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